martes, 7 de diciembre de 2010

En auto

Supongamos que estoy volviendo a casa en auto por la avenida Rivadavia, aturdido por las tramas cansadoras de las horas precedentes, pero excitado por las concreciones de la vida práctica, veo en una esquina en la que frené porque el semáforo está en rojo, a un taxista cabeceando semidormido completamente exhausto y a una rubia en el asiento de atrás que le habla a la nuca desnuda y mientras pongo primera porque mi visión periférica percibió el amarillo en el semáforo, veo que el taxista abre los ojos como un espasmo, asiente con la cabeza, pronuncia un par de sílabas y arranca al igual que yo, que debo dejar de atender la escena puesto que las urgencias del tránsito convocan mi mirada sin embargo no dejo de imaginar al taxi, destruido de múltiples maneras, con la rubia prosiguiendo su monólogo en la agonía y el taxista cuyo estertor se confunde con un ronquido.
Supongamos que ya en el barrio, elijo doblar por un pasaje que conozco bien pero hace mucho tiempo que no transito, trato de despejar mis nervios del sopor de las avenidas y los otros autos, sin embargo distingo a media cuadra, a un auto entrando en la cochera de una casa que deja atrás a un gato retorciéndose en un dolor fatal, paso a su lado, miro hacia adelante y decido dar la vuelta manzana para cerciorarme si ya murió, aunque no sé si tendría el coraje de ultimarlo si es que siguiera sufriendo, de todos modos al acercarme reflexionando esto último, encuentro al gato haciendo lo que seguramente hacía cuando lo vi por primera vez: juega panza arriba con una ramita de fresno.

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