martes, 7 de diciembre de 2010

a F.D.
Dos noches

Había sido una hermosa noche estrellada. El viaje en el autobús le hubiera regalado bellos paisajes de un atardecer de fuego y silencios. Él había cerrado los ojos. Sólo quería largarse de la ciudad. La espalda tensa y algo encorvada le trabajaba su incomodidad pero también era un arco de impulso a la huída.
Sin levantar mucho la mirada, fue directo desde la terminal a cierto sector a buscar a un familiar lejano. Miraba las calles de tierra y su atención estaba en esquivar charcos y zanjones. No vio la montaña ni la panorámica del lago. Recordó que en el viaje había concluido que sería bueno pasar por un burdel lo antes posible. Debería consultar al primo por uno. También iba a pedirle el contacto para procurarse un arma (no iba a decirle porqué tuvo que deshacerse de la que tenía).
El primo le indicó el camino al burdel y le dio las señas del tipo con el que tendría que negociar el arma. Vaciló un instante y decidió que iría primero a buscarlo. Le nombró al primo y la transacción se hizo ágil y presurosa. Consiguió un revólver mucho mejor que el anterior, que era un caño improvisado que no valía nada y hasta obtuvo un plazo para pagarlo.
En el burdel eligió a la mujer y ésta lo condujo a un apartado, todo mediante una serie de señas que rápidamente intercambiaron. Le pagó a uno antes. El escándalo de la música no amainó en la nueva habitación.
Allí jadeó encorvado. Vertido, se depositó. Se fue y ninguno de los dos había hablado.
Volvió a no ver las estrellas que esta vez, además, se reflejaban en el lago nocturno. Trepaba la casi imperceptible colina sintiendo los primeros calambres.
Cuando llegó a la casa el primo le habló de un trabajo que harían al día siguiente, junto a otros dos. Se reconfortó en que el primo no preguntaba y le daba soluciones.
Ya acostado se dio cuenta de su cansancio. Le dolía las piernas, le pesaba los ojos, se acordó de pronto del tipo. Era alto y flaco, y le había oído decir unas palabras en un acento extranjero antes de pegarle el tiro. Recordó su escabullida, esa larga mezcla de azar y audacia. El cansancio lo doblegó y se durmió como si le hubiera estallado un disparo en la cara.

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