martes, 7 de diciembre de 2010

Fotos

Lucio fue a la compu. Carla se había ido y no había nadie en el departamento. Johnny, el hermano de Carla iba a traerle los cheques, pero no llegaría sino en un par de horas. Claro, no, no estaba solo. Laucha, la gata tricolor de Carla, vino a maullarle comida. Él se levantó y fue a la cocina y le dio una cucharada de Whiskas. Volvió a la compu y entró a la página de Agustina. Lo hacía cada tanto, como reviviendo un tiempo del que nunca había podido desligarse del todo. Por eso la tenía en sus contactos. Ya no la quería ni tenía intenciones de volver a verla. No tenía demasiado claro qué lo llevaba a entrar. No quería.
Sonó el timbre. Ya Johnny...
Minimizó la página y le abrió desde el portero. Casi un minuto más tarde (Lucio tenía calculadísimo el trayecto) Johnny tocó el timbre del departamento. Lucio lo recibió con una camiseta que le había prestado el sábado anterior cuando jugaron al fútbol, y con un libro que hacía años le había dado a Carla y que ella jamás leyó. Mientras Lucio pergeñaba el modo de quitarse de encima a Johnny, éste le decía que estaba apurado, que en otro momento hablarían. Lucio sin embargo no sintió el alivio que había imaginado. Guardó los cheques y volvió a la compu. Su pensamiento recorría las habituales impugnaciones a las redes sociales y al término en sí, cuando unas fotos de Agustina perforaron su atención.
Era él, era ella, había un río, un lugar que él jamás había visto. Ellos besándose. Ellos abrazándose. Ella con un color de pelo que Lucio no conocía. Debajo decía “Lu y yo” o “Lu y yo en el río, cierta tarde”. También había otras de ellos en una casa, con un perro, festejando el cumpleaños de un tal Lolo.
Entonces Lucio, que estudiaba Letras, se dio cuenta de que estaba en un relato fantástico y se fue a hacer otra cosa porque prefería la literatura realista.

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