martes, 7 de diciembre de 2010

José

José salió de la carpa para mear. La noche en el cerro era nítida, despejada. Las estrellas brillaban furiosamente y se dejaban ver como jamás en la ciudad. Pero José no miró las estrellas. Se estaba meando y sólo buscó un lugar apartado de la carpa para evacuar tranquilo, porque era pudoroso. Detrás de una roca sintió alivio y un viento frío que le puso la piel de gallina. Cuando terminó y estaba a punto de volver a la carpa, oyó que un chorro se precipitaba en la tierra. Era como un eco retardado. Quiso pensar que el Chango había tenido su misma necesidad. Trató de derivar su imaginación hacia algún comentario para decirle al encontrarse (“qué necesidad de acampar en el cerro con una habitación en el hotel en la ciudad”- o algo así), pero no podía ocultarse la convicción de que el Chango estaba, como siempre, roncando profundamente. Ya no pudo contener los nervios.
Caminó pocos pasos y detrás de un recodo vio como se extinguía el chorro verde fluorescente. El extraterrestre se quedó mirándolo. José tosió y corrió hasta la carpa. Pasó revista: el Chango, la cámara, el micrófono, el extraterrestre a menos de veinte metros…. Llegó a la carpa y, en efecto, el Chango roncaba fervorosamente. José buscó el atado de Le Mans y volvió a la roca. Encendió el cigarrillo y fue a verlo. Estaba en el mismo lugar de antes, sólo que ahora lo miraba de frente. Era nomás verde, cabezón y con muchas otras características que acoplan con lo que tantos esperan en un extraterrestre. José se acercó y le ofreció un cigarrillo. El otro lo rechazó con un leve gesto.
Fue entonces que el extraterrestre le habló. Le dijo que no intentara entender cómo se estaban comunicando. La telepatía era una forma que alguien como José podía imaginar, pero no era ni siquiera parecido. No había sonido ni había idioma. Era –dijo el extraterrestre- un modo que aseguraba la expresión sincera. A José se le ocurrió que esa última afirmación, podía ser falsa, entonces dicho modo de comunicación no aseguraba nada. Esto le sonó tan poco convincente como lógico suena. (En verdad, no le sonó). No tenía dudas de que lo que le decía el extraterrestre era cierto.
Charlaron un rato mientras fumaba en silencio otro cigarrillo. No podemos saber que se dijeron. Quizás de la forma en que hablaba el extraterrestre se puedan decir cosas que nosotros no podemos decir. Quizás le haya dicho algunas de esas cosas. No podemos saberlo.
Si sabemos que al despedirse se dieron la mano y José se sorprendió al sentirla.
En la carpa, mientras trataba de conciliar el sueño entre los ronquidos imperturbables del Chango, José pergeñaba los engaños que al día siguiente iba a grabar para Nuevediario.

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