martes, 7 de diciembre de 2010

Hacia la narrativa del sol rojo

Estaba un poco mareado. Soportaba sin quejarse las incomodidades que le generaba su incapacidad para mantener relaciones sociales por un mero interés instrumental que consideraba mezquindad. El aislamiento, el traslado a alguna frontera de baja densidad de población, la cínica soledad indiferente, eran deslumbrantes y juveniles puertas que él no cruzaría.
Se obstinaba en investigaciones, como aquella acerca del sonido del plástico y el efecto de sus vibraciones en ciertas funciones humanas. Tenía los ojos llorosos de cansancio y de tristeza. Podría quedarse en la YPF de Libertador y Melo toda la tarde escribiendo lo que estallaba a su alrededor a cada instante. (Los demás que toman algo o están en las PCs, la música horrible, los vidrios por todos lados). O podría caminar un par de cientos de metros y tirarse en el pasto y ver el río. Pero salía a recolectar ciertos espasmos de vida en cualquier lugar. Así terminaba o se reposaba en calles de tierra al atardecer, en el cerro montevideano, en el medio de un monte a las afueras de Nono o de Reta, en el medio de un puente en Firenze, en primera Junta. Sin plata o sin agua o sin ácido.
Le dolía un poco la cabeza, extrañaba Puerto Pirámides y el río Uruguay. Extrañaba un lugar que queda a diez cuadras de donde duerme cada madrugada (o la mayoría). El deseo de materialidad en sus acciones se entumecía. Sólo trasladarse lo lanzaba a la busca de nuevos pensamientos. Como si los pensamientos se escurrieran por la ciudad. Como si la ciudad fuera un escenario de los sueños.

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