martes, 7 de diciembre de 2010

Problemas que me trajo mi pene de 32 centímetros

Las nubes de la mañana abarrotada de frío me predisponían a una vitalidad excesiva, por considerarla original. Saqué el turrón del bolsillo de la campera y le hinqué el diente imaginándome que era de madera. Me acordé parcialmente del sueño que esa madrugada había tenido. Yo nadaba en aceite violeta y me reía emocionado. También estaba Hitler muerto, flotando y esa vecina que no sé el nombre le acariciaba la ingle y me miraba. Después todos entrábamos en un bosque llevados por la corriente y ya era un castillo y había una fiesta pero ya eso no me acuerdo.
Apenas llegué a la estación oí el silbato del tren. Muchos se tocaban las mejillas con sus guantes de lana. Habían los que sentían los ojos llorosos y los que se encantaban haciendo vapor con el suspiro. Todos habían notado mi presencia, aunque nadie me señaló. Ansié la llegada del tren para mezclarme entre los demás pasajeros que no iban a tener un contacto conmigo que les permitiera identificarme tan claramente. Sin embargo antes de que el tren se detuviera ya vi como las ventanillas se llenaban de rostros que me miraban y falanges que, ahora sí, me señalaban. Gente de otras estaciones que podían ahorrar discreción. Al subir era claro que la mayoría del vagón estaba enterada acerca de mi y los que no, no tardaron en murmurar la consulta a ocasionales vecinos. La calefacción humana reconfortaba a los recién subidos. Ninguno de los que iban sentados dormía. Apoyé el hombro en la puerta e intenté mirar hacia afuera, pero las miradas de los otros pasajeros y el murmullo uniforme, monotemático, me arrastraba a una demanda muda, inflexible, blandamente morbosa.
Llegando a la siguiente estación me bajé los pantalones y cerré los ojos. Disfruté no del silencio que no hubo, sino de que callaran. Cuando el tren se detuvo, me subí los pantalones y bajé, el único del vagón, y caminé primero el andén, luego las calles de ese barrio que casi no conocía. Saturé de recuerdos la caminata. Traté de no pensar en una puntualidad que sólo a mi me importaba. Me acordé qué pasaba en la fiesta del sueño de esa madrugada. Decidí que no concedería más reportajes.

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